Concluida la Misa de la Pascua de Resurrección, el Papa Francisco impartió el pasado domingo la tradicional bendición “Urbi et Orbi”.
“La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos”, proclamó haciendo un llamado emocionado para que esta sea pronta en Ucrania, Líbano, Siria, Irak, Yemen, Myanmar, Etiopia y El Congo. En lo que a Latinoamérica se refiere el Santo Padre rogó porque “Cristo resucitado acompañe y asista a los pueblos de América Latina que, en estos difíciles tiempos de pandemia, han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”.
El supremo pontífice hizo especial énfasis a transitar el camino del diálogo y la reconciliación que con él, a juicio nuestro, es el único que puede garantizar la paz.
Refiriéndose al final de la pandemia, el Papa Francisco, señaló: “Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos. Y en cambio, estamos demostrando que no tenemos todavía el espíritu de Jesús, tenemos aún en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo”.
A quienes nos proclamamos católicos en Venezuela conviene leer y releer el mensaje pascual y este llamado por cierto lo es también, con mucho respeto, a la jerarquía eclesiástica venezolana que puede hacer tanto por que la paz, y con ella la vuelta a un tiempo de prosperidad, sea posible de una vez y por siempre en nuestro querido país.
Han sido años de odios exacerbados, de confrontaciones extremas y estériles, de -en palabras del Papa- poseídos por el espíritu de Caín empeñados en destruir, aniquilar a hermanos y hermanas. Hay, sin embargo, un sinfín de señales positivas y cada día somos más los que entendemos que es en el dialogo sincero, franco, constructivo que lograremos reconciliarnos como pueblo y entonces juntos construir un mejor mañana.
Pasada la Semana Santa se impone extremar esfuerzos para el reencuentro, que nuestras diferencias sean zanjadas civilizadamente. Desechar cualquier fórmula de violencia, obligatorio propósito común.
Especial responsabilidad corresponde a la dirigencia partidista -nótese que no escribo “liderazgo” porque colectivamente, y es autocritica, necesario elevarse para recibir tal calificativo- que debe sobreponer los intereses comunes a las meras ambiciones. Ya basta de apostar a reinar sobre cenizas.
Gobierno y oposiciones, empresarios, emprendedores y trabajadores, académicos y estudiantes, iglesias, organizaciones de la vida civil, vecinal y comunal, militares, nadie puede quedar al margen de la construcción de un país en paz.
En Venezuela vivir en paz, que nada más importante, hará posible vivir mejor.
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