Este 6 agosto participé junto a Larissa en la misa dominical de la Iglesia “La Inmaculada de Camoruco” en Valencia, oficiada por nuestro gran y admirado amigo Monseñor Diego Padrón.
Distinguido recientemente por el Papa Francisco con la purpura cardenalicia, Monseñor Padrón es ejemplo de virtudes y de una vida entregada al servicio de la fe de Cristo. Lo conocí cuando se convirtió en Obispo de Maturín y mucho me apoyó para potenciar la acción social en mi gestión como gobernador de Monagas. Quienes hemos tenido el privilegio de estar cerca de él somos testigos de su talento, humildad y entrega por los demás que es de las más hermosas manifestaciones del amor. “Amar es esencialmente entregarse a los demás» dijo alguna vez Juan Pablo II.
Tras la lectura del santo evangelio, Monseñor Padrón basó su homilía en la paz. “Paz con concordia, paz con progreso, paz con justicia” señaló textualmente.
Si bien no hizo mención alguna, hablar de la paz, predicar sobre la paz, siempre apropiado lo fue más en esta fecha en la cual setenta y ocho años atrás una bomba atómica estalló sobre Hiroshima, lo que en palabras de Sankichi Tōge jamás podemos olvidar.
“¿Podemos olvidar ese destello?
súbitamente 30,000 desaparecieron en las calles
en las profundidades despedazadas de la oscuridad
los alaridos de 50,000 se desvanecieron
Cuando los remolinos de humo amarillo se dispersaron
edificios se quebraron, puentes colapsaron
trenes repletos se detuvieron calcinados
y una interminable acumulación de escombros y brasas – Hiroshima
poco después, una línea de cuerpos desnudos caminando en grupos, llorando
con la piel colgando como harapos
manos en pechos
pisando materia cerebral desmoronada
ropa quemada cubriendo caderas”.
La terrible tragedia fue el penúltimo episodio, aún restaba Nagasaki, de una guerra insensata que se cobró más de veinticinco millones de vidas, una dolorosa afrenta a la paz.
Semanas atrás, escuché personalmente a Hervé Ludovic De Lys, antiguo enviado de UNICEF para Afganistán y varios países africanos azotados por guerras civiles, hablar de los horrores que ha presenciado en las zonas en conflicto. Alertó a los presentes acerca de la deriva que recurrentemente se da en Venezuela hacia el conflicto y afirmó, tomé nota, que son la Fuerza Armada Bolivariana y el carácter del venezolano los grandes estabilizadores, disuasores de una confrontación mayor por lo demás suicida. Recordé entonces la guerra federal y la multiplicación de enfrentamientos armados, con saldo de miles de muertos, que marcó los primeros cien años de nuestra vida como república.
Soy un fervoroso amante de la paz y con ella del diálogo como herramienta para garantizarla. Creo en los consensos y en la reconciliación y también en el perdón y el perdonar aunque incluso cercanos eventualmente me cuestionen por tal.
Con nuestro querido Cardenal, invoco a la paz y hago un llamado a tantos venezolanos y venezolanas de bien a que en los tiempos que vienen, cuando se exacerban las pasiones, la paz sea valor a preservar y defender.
Nada más importante que la paz.
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