“Almagro considera que Venezuela necesita diálogo político real e institucionalidad compartida” titularon horas atrás medios nacionales que destacaron la aseveración del secretario de la OEA sobre lo necesario de la cohabitación. Mi sorpresa fue mayúscula.
Conocí a Luis Almagro en Washington pasados unos cuatro años y tras conversar con él cerca de una hora entendí porque se hacía difícil que la dirigencia opositora venezolana procurara vías distintas a la confrontación fratricida para resolver el dilema del poder en el país. Almagro era un halcón entre los muchos halcones que desde la seguridad de sus despachos en la capital estadounidense atizaban el conflicto en esta tierra de gracia. Como Bolton o Abrams, el uruguayo se convirtió en el oráculo de una legión de radicales que creyeron posible, y hasta fácil, asaltar Miraflores.
Leo y releo “El infierno del sendero que jamás se bifurca”, artículo de opinión inicialmente publicado en Crónicas, del cual se extrajo el titular del primer párrafo y mi asombro es todavía mayor al toparme con la afirmación de Almagro: “Es natural concluir que el diálogo sigue siendo la única esperanza de que se bifurque el sendero. El diálogo, y no cometer los errores del pasado. El tema es que, en cada proceso de diálogo, ya sean las fuerzas opuestas al régimen como en muchos casos los propios mediadores, tenían como objetivo sacar a Maduro, lo cual como objetivo estratégico probablemente no fuera el más viable, ni realizable, ni realista”. O sea, que ahora hablamos el mismo lenguaje.
“Esos son los gringos”, me apunta un hermano cuya capacidad de análisis y de anticipación a los hechos me impresiona cada vez, “creando condiciones” para salir del laberinto en el cual se/nos adentraron por no evaluar correctamente nuestras realidades, agrego yo. “Por vez primera están pensando en lo que se refiere a Venezuela” sentencia lapidario.
Sea por lo que sea lo cierto es que el cabeza de la OEA, que en días recibirá al embajador de Petro y en meses al de Lula, gira hacia una posición de realismo que antes faltó y que ahora pareciera es la del común. Lo doloroso es la tragedia que todo un pueblo ha sufrido, y sufre como consecuencia del extremismo sin sentido.
Almagro llama a la cohabitación, a compartir el poder, lo que no es una experiencia inédita en Venezuela. Antes que los franceses popularizaran el concepto Betancourt y Leoni cohabitaron con sus rivales políticos para consolidar la democracia. El extinto Congreso Nacional fue hasta su último día un ejemplo de cohabitación positiva más allá del mero reparto de posiciones.
No es malo per se el planteamiento y seguramente contribuiría a la gobernabilidad y a la quita de las sanciones que nos acogotan, pero requiere de la legitimidad que solo el pueblo puede dar, el pueblo votando.
La solución a la crisis política venezolana es democrática, pacifica y electoral hemos proclamado sin cansarnos. Constitucionalmente corresponde elecciones presidenciales en el 2024 y de parlamentarios nacionales, gobernadores, legisladores regionales, alcaldes, concejales, en el 2025. ¿Qué está lejos? No creo y si se duda esperemos que alguien asome con seriedad la posibilidad de adelantar las presidenciales para que veamos a unos cuantos desde las oposiciones negándose de plano y anticipando denuncias de fraude.
Para quienes amamos a Venezuela y queremos lo mejor para los venezolanos y las venezolanas lo que corresponde en este tiempo es contribuir para que la economía se recupere y con ella inclusión social. Sueldos y pensiones dignas, servicios púbicos que funcionen, seguridad, oportunidades, es lo que aspiran la gran mayoría de nuestros connacionales que rechazan la conflictividad.
Dialoguemos si para generar confianza y condiciones para el bienestar generalizado mientras facilitamos lo que sea necesario para que tras los comicios del 2024 y 2025 la reinstitucionalización sea plena. Convendrá entonces evaluar el cohabitar de aquellos que cosechando votos tengan la representatividad necesaria.
Quizás en el 2025 viviremos una reedición del Pacto de Punto Fijo que mucho bien hizo a la naciente democracia venezolana. Así en palabras de Gallegos las cosas volverán al lugar de donde salieron.
Un modelo socialmente justo, económicamente eficiente, políticamente pluralista y ecológicamente sostenible.
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