Cuando anocheciendo el pasado 8 de octubre la tragedia se abatió sobre Las Tejerías comenzó a escribirse una nueva historia de héroes y heroínas de Aragua. Nueve días después, llegado el turno de El Castaño-Palmarito fueron más los que desbordando amor han dado todo, en medio del dolor, por las muchas víctimas y afectados.
Seis mil quinientos noventa y un hombres y mujeres en Las Tejerías, según el último parte de la autoridad única, y pasados los dos mil en El Castaño-Palmarito, se han fajado, y fajan duro, en una compleja y difícil tarea en procura de la pronta recuperación de las poblaciones tan duramente golpeadas por las fuerzas de la naturaleza.
Son héroes y heroínas anónimos que seguramente nunca tendremos la oportunidad de conocer los nombres de todos pero que merecen público reconocimiento.
Son civiles y militares, jóvenes y no tanto, profesionales y obreros, voluntarios entusiastas bastantes. Son plazas del ejército, armada, aviación, guardia nacional, milicias, protección civil, bomberos, policías, guardia-parques y forestales, médicos y paramédicos, que en estrecha comunión con centenares que, conmovidos por lo sucedido, se han volcado desinteresadamente a ayudar en largas jornadas de trabajo.
La solidaridad ha sido la constante en estos días difíciles y si algo se ha demostrado en Aragua es la capacidad que tenemos los venezolanos y venezolanas de dejar a un lado cualquier diferencia cuando se trata de auxiliar a nuestros semejantes en desgracia.
Es admirable también el coraje y la entereza de nuestros coterráneos de Las Tejerías y El Castaño-Palmarito. A pesar del doloroso fallecimiento de los suyos, de la destrucción de sus viviendas, empresas, comercios, puestos de trabajo, vías, de la temporal suspensión de servicios básicos como la electricidad, agua y telefonía, los encontramos de pie, golpeados es cierto pero esperanzados que lo pasado quedará pronto atrás.
Aragua fue tierra de sacrificios y grandes gestas en la guerra de independencia. San Mateo y La Victoria, en el año terrible de 1814, mostraron de lo que eran capaces un puñado de valientes frente a un enemigo superior con los sanguinarios Boves y Morales a la cabeza. Los miles que hoy se baten sobre el barro y los escombros en Las Tejerías y El Castaño-Palmarito son herederos directos de aquellas glorias y muestran suficientemente que estamos intactos para superar cualquier prueba por dura que sea.
Una reflexión final: de lo sucedido el 8 y el 17 de este mes que ya culmina, es obligante aprender como debió haberlo sido de El Limón en septiembre de 1987 o de La Guaira en diciembre de 1999. Planificación urbana, rigurosas prohibiciones en zonas de riesgo, sistemas de alerta temprana, monitoreo y atención a cuencas y microcuencas, se inscribe dentro de lo tanto que hay que garantizar en un mañana que por el cambio climático es de amenazas a infinidad de pueblos y ciudades.
Prevenir para no lamentar es la consigna simplísima.
Aprovechando: horas atrás recorrí las riberas del Lago de Los Tacariguas, conocido por foráneos como el Lago de Valencia. Los expertos que me acompañaron explicaron que es necesario atender el problema latente que allí existe, que se remonta a décadas y que resolver demanda ingentes cantidades de dinero que a ser sincero el estado no dispone a la fecha. Oí propuestas, ninguna fácil ni de ejecución inmediata pero lo cierto es que es imperiosamente necesario que las distintas instancias gubernamentales responsables, con las urgencias que ahora se enfrentan, no descuiden al lago. Delante de mí lo midieron: el nivel del agua -que este domingo se encontraba en la cuota 414 s.n.m- estaba a solo un metro del borde del muro. Si continúa lloviendo como hasta ahora en poco podríamos empezar a enfrentar una inundación seguramente pasiva pero igualmente lesiva para centenares de familias.
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