Las recientes elecciones presidenciales en Perú, las de la Convención Constituyente, gobernadores, alcaldes y concejales en Chile, la conflictividad sin par en Colombia y las predicciones de algunos de la vuelta de Lula al Palacio de Planalto o incluso del arribo de Petro a la Casa de Nariño, deberían ser motivo suficiente para una profunda reflexión de las clases dirigentes del subcontinente.
No bastan los equilibrios macroeconómicos, ni balanza de pagos positivas, ni crecimientos sostenidos interanuales del PIB mientras persistan abismales desequilibrios sociales y sean tantas las diferencias que separan a los pocos que poseen mucho y a los muchos que poseen poco.
No es Bolsonaro la solución ni tampoco Piňera, pero no lo fue Chávez o será Castillo. No es el liberalismo, aunque sea neo, pero tampoco el comunismo no obstante a que se califique como socialismo del siglo XXI, la alternativa para reivindicar a millones y hacer posibles niveles de existencia superior.
La opción es el humanismo, el humanismo del tercer milenio. El humanismo que sitúa al ser humano como el centro de todas las cosas.El humanismo del tercer milenio obliga a “adaptar la fuerza de un mensaje antiguo a los perfiles del mundo moderno”.
En su célebre discurso sobre la dignidad del hombre, en la Florencia de 1486, Giovanni Pico Della Mirándola conceptualizó al humanismo afirmando: “Dios padre (…) tomó al hombre (….) y poniéndolo en el centro del mundo, le habló de esta manera: ‘(…) no te he creado ni celeste ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el propósito de que tú mismo, como juez supremo y artífice de ti mismo, te dieses la forma y te plasmases en la obra que eligieras”.
¿Qué obra elegir?
En nuestro caso es la construcción de una nueva nación, de bienestar generalizado, con economía de mercado e inclusión, que privilegie la educación de calidad para todos, fomente la investigación y se apoye en la tecnología especialmente la de información, promueva la cultura en la diversidad de sus expresiones. Un país de eficientes y sostenibles servicios públicos con un sistema hospitalario universal que sea referente, seguridad social y ciudadana, disfrute del esparcimiento, preserve el ambiente y nuestras tantas bellezas naturales.
Un país de iguales y de oportunidades, en el cual coexistamos en armonía respetándonos en la diversidad, conviviendo en paz.
Una Venezuela abierta al mundo, que facilite y garantice la inversión nacional y extranjera y proteja a todo evento la propiedad privada, que potencie el emprendimiento.
Siendo el hombre -y yo agrego la mujer más por convicción que por apego a la paridad de género- centro y sujeto sobre el que se articula el humanismo en la historia que sea el hombre y la mujer venezolana, sin excepciones, el centro de la historia buena que escribiremos mañana.
Un hermano, más que amigo, me recuerda al Santo Padre Juan Pablo II quien en alguna oportunidad invitó a vivir con esperanza, a tener una finalidad en la vida, un sentido para nuestra existencia afirmando que tenemos siempre que aspirar lo mejor. Mi esperanza, mi aspiración posible si nos empeñamos: una Venezuela humanista.
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