Hace más de un año supe por vez primera del coronavirus. Recuerdo que fue en los primeros días de enero del 2020, cuando leí una corta nota en ABC de España que reseñaba la aparición de un nuevo virus que parecía originario de Wuhan, capital de la provincia Hubei, ubicada a orillas de los ríos Yangtsé y Han, en la China central. Inicialmente habían sido 27 casos reportados de un tipo de neumonía que en menos de un mes escalaron a 9.692, de ellos, 1.527 enfermos de gravedad.
Quedaba muy lejos Wuhan y parecía que no había motivo de preocupación, tanta era la distancia que nos separaba. ¡Qué equivocados estábamos!
Hoy ningún venezolano escapa a la tragedia del COVID19, denominación dada por la Organización Mundial de la Salud a la enfermedad provocada por el coronavirus y que deriva de «co» que significa «corona», «vi» para «virus» y «d» para «enfermedad» (disease, en inglés) mientras que el 19 es por 2019 cuando se presentó el primer caso. ¿Cuántos cercanos conocemos, incluso nosotros mismos, que se han contagiado y aún más doloroso, que han muerto?
Hemos pasado meses encerrados, cambiados nuestros hábitos de vida, clausurados colegios y universidades. Centenares de negocios han quebrado y la economía ha descendido unos peldaños. Los amigos y hasta la familia lo son por internet y derivamos en cuasi expertos telemáticos. Pero el coronavirus sigue allí.
A pesar de los cuantiosos recursos que disponen y de la infraestructura médica y tecnológica de la que se ufanan, una tercera ola del coronavirus se abate sobre Europa y amenaza a Estados Unidos. Las cifras de enfermos y fallecidos vuelven a aumentar y las fronteras se blindan con Alemania, Francia, Italia y Reino Unido a la cabeza de los que se aíslan.
En el vecindario, la irresponsabilidad de Bolsonaro ha convertido al Brasil en un peligro para el subcontinente -un funcionario diplomático brasileño en Caracas me confió que manejan estimaciones de que antes de terminar el mes de abril pueden llegar a diez mil los muertos diarios en su país.
A Colombia, Perú y Chile no le va mucho mejor. Caen creencias que parecían indiscutibles: si ya estuviste enfermo de COVID19 no eres inmune y como se ha visto puedes volver a contagiarte, si has logrado vacunarte tampoco estas a salvo especialmente de las cepas mutadas y en lo que a nosotros se refiere es particularmente peligrosa la brasileña P1.
Por si fuese poco la reputada Pfizer recién anunció junto a BioNTech que “su vacuna contra el Covid-19 sigue siendo altamente efectiva durante al menos seis meses después de administrarse la segunda dosis” y la pregunta que surge es ¿y después qué?
Aunque sea obvio nada mas importante que la vida y la salud nuestra y de los nuestros. Uso de tapabocas, distanciamiento social, lavado frecuente de manos, confinamiento tanto como sea posible mientras llega la oportunidad de vacunarse e incluso después, son recomendaciones elementales que debemos seguir.
Y si bien el Estado tiene una gran responsabilidad en abatir el coronavirus, mantener el COVID19 a raya depende más de cada uno de nosotros. Nos encontramos en una difícil coyuntura que demanda disciplina colectiva. Ayúdate que Dios te ayudará reza un popular adagio hoy más apropiado que nunca.
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