La aplicación de desacertadas medidas económicas, sociales y políticas por parte de los representantes de la mal llamada “revolución del siglo XXI” ha generado en Venezuela una involución, pasando del siglo XX al siglo XIX.
Lo que ha pasado en nuestro país es solo comparable a lo ocurrido en Zimbabue, donde de acuerdo a las estadísticas, la hiperinflación ha sido tal que los precios se duplicaban con relación al dólar cada 24 horas.
Los efectos de proyecto político del proceso revolucionario han conllevado a la destrucción de las capacidades productivas del país, llevando a nuestro país a pasar de ser uno de los países más prósperos y pujantes de América Latina a convertirse en una de las naciones con la economía más débil, con los índices de hiperinflación y pobreza más altos del continente.
Dicho retroceso lo podemos evidenciar en el colapso de las empresas de servicios públicos, la paralización del sistema productivo nacional, aunado al deterioro del sistema de salud y educativo, desde primaria hasta universitaria, lo cual ha ocasionado el éxodo de millones de connacionales, que se han visto en la penosa necesidad de residenciarse o buscar asilo en otros países para lograr salir adelante, pese a que esa decisión los lleve a desprenderse de sus seres queridos.
Aunque este lamentable panorama debería generar un cambio de gobierno, lo cierto es que las malas decisiones políticas de la oposición venezolana desde el año 2005, fecha en la que se decidió abandonar el terreno electoral y desencadenar un constante llamado a la abstención en los procesos electorales subsiguientes, así como la búsqueda de atajos insurreccionales, el extremismo y el impulso de medidas sancionatorias por parte de organismos internacionales, solo han ocasionado una grave fractura entre las diversas organizaciones políticas que adversan al gobierno y generar desconfianza del electorado en el voto, como única herramienta constitucional y democrática para generar los cambios que el país requiere.
La economía social de mercado, desarrollada en Alemania después del colapso de ese país, producido luego de las dos guerras mundiales, nos permite entender que es la mejor de las tesis económicas que se han desarrollado en el mundo.
Desde sus inicios el capitalismo venció al socialismo desde el punto de vista económico; es decir, Adam Smith derrotó a Carlos Marx, desde que el militante comunista alemán sugirió que todos los seres humanos somos iguales; gran mentira, gran falacia, pues todos los seres humanos somos distintos.
Por tanto, toda teoría o hipótesis que surge de una falsa idea termina en una falsa conclusión. El socialismo real fue derrotado hace mucho tiempo y para muestra un botón, el sistema comunista de la Unión Soviética colapsó, al igual que el de la China y todos los países que se aplicó este modelo político.
El capitalismo está en crisis
Actualmente, el sistema capitalista atraviesa por una profunda crisis debido al actual contexto de pandemia por el Covid – 19, que ha paralizado la economía mundial, generando una crisis global sin precedente; sin embargo, es el sistema económico y social más perfectible.
Sin duda alguna vamos hacia un nuevo orden mundial. El confinamiento por el Coronavirus ha obligado a muchas empresas a optar por el teletrabajo, como herramienta para continuar con la actividad laboral, sin poner en riesgo de contagio a su personal o evitar el cierre total de la empresa.
De igual manera, en el área educativa, la realidad actual ha obligado a recurrir a la teleeducación, como modalidad de capacitación a distancia a través de la utilización de recursos tecnológicos; no obstante, nuestro país tiene muchas deficiencias en esta materia, debido a la falta de los recursos primordiales, como Tablet, PC, teléfonos inteligentes o Internet, especialmente en los estratos de bajos recursos.
Las grandes corporaciones también buscan nuevas alternativas de inversión, a través medios digitales de intercambio, como las criptodivisas o criptomonedas, así como otras maneras de relacionarse comercialmente las naciones.
En los próximos 40 años el mundo será completamente distinto y Venezuela debe prepararse para ello; por ello, insisto en que nuestro país debe pasar de ser un país petrolero a convertirnos en una nación con una economía social mundial de mercado, donde la participación del Estado en el sector económico sea solamente para dictar las líneas que busquen el beneficio de la distribución de los recursos que produzca la empresa privada e invertirlos en los temas fundamentales, como educación, salud y seguridad, y de allí en adelante sea la empresa privada, con el esfuerzo de cada ciudadano, la que contribuya a la recuperación del sector petrolero, agrícola y los servicios básicos, logrando así convertir a Venezuela en un país productivo.
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