Cada 30 de agosto la Iglesia Católica celebra de manera universal a Santa Rosa de Lima (1586-1617), patrona de Perú, América y Filipinas.
En su país natal, el día destinado para celebrar a Santa Rosa de Lima es el 30 de agosto, es decir, una semana después de su fiesta universal. Su celebración tiene rango de solemnidad litúrgica -día de precepto o de guardar-, es feriado civil y religioso.
Santa Rosa de Lima, primera santa de América, solía decir: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús”. ¡Sirvamos al hermano que está en necesidad!
Santa Rosa de Lima fue canonizada por el Papa Clemente X en 1671, convirtiéndose en la primera santa de América. El mismo Pontífice la declaró patrona principal del Nuevo Mundo (América), Filipinas e Indias Occidentales. «Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones», señaló el Papa Inocencio IX refiriéndose a ella.
En 1992, el Papa San Juan Pablo II, de visita en Perú, dijo que la vida sencilla y austera de Santa Rosa de Lima era “testimonio elocuente del papel decisivo que la mujer ha tenido y sigue teniendo en el anuncio del Evangelio”.
Santa Rosa de Lima
En 1615 buques corsarios neerlandeses deciden atacar la ciudad de Lima, aproximándose al puerto del Callao en días previos a la fiesta de La Magdalena.
La noticia corre pronto hasta Lima y con ello la proximidad y desembarco en el Callao, lo que altera los ánimos de los ciudadanos. Ante esto, Rosa reúne a las mujeres de Lima en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar por la salvación de Lima.
Apenas llegada la noticia del desembarco, la terciaria subió al altar y, cortándose los vestidos y cosiendo los hábitos, puso su cuerpo para defender a Cristo en el sagrario. Los ánimos del vecindario eran alarmantes, llegando a huir muchos de Lima hacia lugares distantes.
Misteriosamente el capitán de la flota neerlandesa falleció en su barco días después, y ello supuso la retirada de sus naves, sin atacar el Callao. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa y por ello en sus imágenes se le representa portando a la Ciudad sostenida por el ancla.
Al tiempo, hizo voto de virginidad. Rosa atrajo la atención de los frailes de la orden dominica. Ella deseaba convertirse en monja, pero su padre se lo prohibió, por lo que al cabo de unos años ingresó en la tercera orden de Santo Domingo a imitación de su admirada santa Catalina de Siena.
A partir de entonces se recluyó, prácticamente, en la ermita que ella misma construyó, con ayuda de su hermano Hernando, en un extremo del huerto de su casa. Solo salía para visitar el templo de Nuestra Señora del Rosario y atender las necesidades espirituales de los indígenas y los negros de la ciudad. También atendía a muchos enfermos que se acercaban a su casa buscando ayuda y atención, creando una especie de enfermería en su casa.
A los 31 años llegó la tuberculosis
Cerca del final de su vida, cayó gravemente enferma. Pasó los últimos tres meses de su vida en la casa de Gonzalo de la Maza, un contador notable del Gobierno virreinal, y de su esposa María de Uzategui. En este lugar se levanta el Monasterio de Santa Rosa de Lima. Murió de tuberculosis a los 31 años de edad, en las primeras horas del 24 de agosto de 1617, fiesta de San Bartolomé, como ella misma profetizó y contó el padre Leonardo Hansen, quien escribió la primera biografía de Rosa Peruana. Hoy sus restos se veneran en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Lima (Santo Domingo), con notable devoción del pueblo peruano (y de América) que visita la Capilla dedicada a su culto en el Crucero del Templo dominicano.
Santa Rosa de Lima, en realidad se llamaba Isabel Flores de Oliva, su nombre de pila, nació en Lima, Perú, el 20 de abril de 1586 y fue bautizada el 25 de mayo de ese mismo año. Aunque su nombre era Isabel -puesto en honor a su abuela materna-, una india que servía a la familia Flores de Oliva empezó a llamarla de cariño “Rosa”, debido a la belleza del color de sus mejillas. Poco a poco, esa forma cariñosa de llamar a la niña la adquirieron sus propios padres y el entorno familiar.
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