Tras el reciente aniversario del natalicio del Libertador Simón Bolívar, nuevamente hemos estado recordando en conversaciones con nuestros círculos cercanos sobre el destino adverso que terminó por sellar no solamente su vida, sino también su visión de futuro sobre nuestros países.
Su ímpetu, su empuje, su genio y su ingenio modificaron para siempre el destino de Venezuela y de buena parte del continente sudamericano.
Sin embargo, tras aquellos momentos de brillo estelar, conseguidos con sangre sudor y lágrimas, el proyecto continental de unión, independencia y soberanía comenzó a desdibujarse muy poco tiempo después.
Y al día de hoy, lamentablemente no podemos sino decir que ha seguido cuesta abajo en su inviabilidad política, social y económica. Es triste y amargo reconocerlo, pero no hay manera de modificar la realidad si no se comienza por aceptarla.
Comencemos por decir que nuestro Bolívar fue mucho más que un líder militar y político, fue un verdadero visionario y adelantado a su época, cuyas ideas trascendieron su tiempo y aún resuenan en el presente.
El Libertador no solamente fue un destacado estratega militar, sino también un pensador político con una visión audaz, para unir a las naciones latinoamericanas bajo un mismo rumbo que les pudiera traer la mayor suma de bienestar posible.
Su proyecto de integración continental fue pionero, y hoy en día seguimos luchando por alcanzar esa unión que él soñaba.
Su generosa visión trascendió mucho más allá de las fronteras de Venezuela, y abarcó todo el continente americano. Soñaba con una América unida, fuerte y próspera, capaz de construir su propio destino.
Su proyecto de integración continental, aquella Gran Colombia, fue una concepción sensata de lo que sería la mejor estrategia para asegurar un futuro estable y próspero.
Sin embargo, su camino fue saboteado por incontables dificultades y obstáculos, especialmente de parte de aquellos intereses personales de unos pocos que se resistían a ceder por visiones egoístas.
El Libertador entendía que la división y la fragmentación de los países latinoamericanos solo debilitaba las posibilidades de un desarrollo pleno. «Unámonos, y seremos invencibles; disgregados, seremos esclavos», dijo alguna vez.
Es lamentable verse en la obligación de reconocer que, en su tiempo, muchos no lograron comprender la magnitud de su visión y la importancia de juntar fuerzas para construir una América sólida y unida. Era y es un asunto del más elemental sentido de supervivencia. Bolívar entendía que las divisiones y las guerras intestinas entre pueblos que al final eran hermanos, que eran uno solo, simplemente servirían para llevar a la región al caos y la decadencia.
«Aquí en América nos iremos hundiendo en un caos de estériles guerras civiles, de conspiraciones sórdidas, y en ellas se perderán toda la energía, toda la fe, para aprovechar y dar sentido al esfuerzo que nos hizo libres. No tenemos remedio, así somos, así nacimos». Esta célebre e histórica reflexión suya, evidencia su claridad de visión hacia el futuro, tanto como su propio pesimismo ante lo que presentía sería el futuro de estas tierras a las que entregó todo.
Y aquellas palabras no fueron suficientes para evitar que prevalecieran los intereses miopes y las luchas fratricidas. La desunión y los conflictos internos debilitaron las aspiraciones de una América unida, y esas fracturas perduran hasta hoy. La falta de comprensión y la renuencia a entender su proyecto dejaron un vacío que aún intentamos llenar.
Sin embargo, el legado de Bolívar trasciende el tiempo y las fronteras. Su visión de una América unida bajo principios de libertad, igualdad y justicia sigue siendo un faro para líderes y ciudadanos.
Debemos mirar hacia el pasado para tener siempre presente que el camino hacia la grandeza se construye solamente sobre la base de la unidad y la solidaridad, como fue su enseñanza.
En este nuevo aniversario de su nacimiento, toca mantener vivo su pensamiento como el mapa de ruta para rescatar a Venezuela, así como tener presente que nuestro destino no podrá ver horizontes más amplios si no reafirmamos nuestro compromiso de seguir luchando por la unidad de América Latina. Y no lo decimos solamente por perseguir un ideal con el cual deberíamos sentir un compromiso irrenunciable, sino porque es una visión de conveniencia para nuestra propia patria.
Aquellos viejos sueños y proyectos de integración continental son un llamado a la acción hoy en día, para dejar de lado las minúsculas y superficiales diferencias que nos separan y trabajar juntos por el bien común.
Simón Bolívar nos dejó un legado de convicción respecto a la unidad, a la cual visualizó como el muro de contención ante las adversidades. Es nuestro deber ponerlo por obra.
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