A medida que avanza el mes de marzo, hemos ido compartiendo en diversos actos que homenajean a la mujer. Y en ellos han surgido diversas conversaciones que nos han hecho entender aún mejor las particulares y muy específicas situaciones que viven y padecen las damas venezolanas.
De entrada, tenemos que reconocer que esta sigue siendo una lucha mundial. Por ejemplo y de acuerdo a ONU Mujeres, la oficina de las Naciones Unidas encargada del tema, una de cada tres damas en el mundo ha experimentado alguna vez violencia física o sexual a lo largo de su vida.
Recordemos que el 8 de marzo fue reconocido por la ONU como el Día Internacional de la Mujer recién en 1975, hace poco menos de cincuenta años. Es una fecha relativamente reciente, si tomamos en cuenta la larga historia de desigualdades e injusticias que trata de remediar esta iniciativa.
Aquello ocurrió en ocasión del Año Internacional de la Mujer y de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer que se celebró en la Ciudad de México durante el mencionado año.
En cuanto a Venezuela, las mujeres siguen sufriendo “discriminación y desigualdad” en el acceso a derechos. Esta afirmación pertenece al más reciente informe sobre participación de las mujeres en Venezuela del Centro de Justicia y Paz (Cepaz).
Se refiere especialmente a la posibilidad de participar en la dirección de asuntos públicos, políticos y otros espacios de toma de decisiones. Este informe fue encargado por la Red Electoral Ciudadana REC, una alianza que promueve derechos civiles y políticos.
Entre los numerosos obstáculos que las damas encuentran en nuestro país para el crecimiento de su participación en la sociedad, el estudio destaca el encierro en los roles tradicionales de género, los estereotipos, las barreras institucionales y normativas, el poco interés del Estado y la violencia. Por si esto fuera poco, los partidos políticos “no abren oportunidades” al liderazgo femenino en el contexto que vive el país, según cita textual de la fuente.
Y si el panorama comentado no fuera suficiente, Venezuela tiene la tasa más baja de participación laboral femenina en América Latina y el Caribe, según el Banco Interamericano de Desarrollo. Mientras en la región el promedio de mujeres empleadas es de 43%, en esta patria es de apenas 37%. Además, aquí las mujeres ganan 21,79 % menos que los hombres, según la misma institución.
En tanto y en cuanto este sea el devastador cuadro en el país, no es de extrañar que un alto porcentaje de nuestros emigrantes sean féminas. Y en esto incide de manera determinante el hecho de que son madres y buscan un mejor destino para sus hijos.
Muchas de ellas emigran con sus niños, lo cual hace la travesía aún más costosa y complicada, lo cual les disminuye aún más las posibilidades de culminarla con éxito.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística o DANE de Colombia, para el año 2020 el 50,2% de los migrantes venezolanos pertenecían al sexo femenino.
Las venezolanas que emprenden tan incierta y arriesgada aventura, se exponen a peligros extremos, tales como uso de la violencia por parte de sus parejas, familiares o extraños; chantajes y extorsiones, tráfico de personas –incluido el sexual- e incluso feminicidios.
Tanto las que permanecen en nuestra tierra como las que se aventuran más allá tienen que vérselas con un denominador común: la brecha salarial. Un enemigo difícil de vencer, pues en mientras en Venezuela ser mujer empeora aún más los ya precarios números de las remuneraciones en el país–como comentáramos más arriba-; las que luchan por salir adelante afuera son sub-pagadas por partida doble: debido a su condición de inmigrantes y a su sexo.
Y sin embargo nuestras compatriotas son ingeniosas, tienen la capacidad de crear y emprender, buscando herramientas para salir adelante, sea en este suelo o en otras latitudes.
Tanto aquí como en otros lugares podemos ver emprendimientos dedicados a la cocina, la repostería, disciplinas de belleza como el maquillaje y la peluquería, o la decoración.
Incluso hemos recibido testimonios de primera mano sobre aguerridas venezolanas migrantes que están trabajando en la construcción, dando la talla, sorprendiendo y llevando así el sustento a su hogar. Nuestras universidades siguen mientras tanto llenas de jóvenes dispuestas a llegar muy lejos en sus disciplinas profesionales.
Esta enorme resiliencia ante tanta adversidad nos obliga y compromete a buscar las soluciones que sean necesarias, para revertir estas situaciones en favor de todas ellas. Su urgencia por una mejor vida para ellas y para sus hijos es el empuje que está precipitando, con su ejemplo y ganas, el cambio para bien en esta tierra. Serán ellas quienes conviertan el futuro en presente.
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