Comienzo este artículo con una opinión reciente del papa Francisco: ”Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas”.
Él quiso decir que, no tiene sentido acumular cosas materiales si un día moriremos, sin poder llenarnos nada. El papa invitó a morir reconciliados: “Lo que debemos acumular es la caridad, la capacidad de compartir, de no permanecer indiferentes delante de las necesidades de los otros”. De este modo, el sumo pontífice cuestionó: “¿Qué sentido tiene pelear con un hermano, con una hermana, con un amigo, con un familiar, o con un hermano o hermana en la fe si después un día moriremos? ¿A qué sirve enojarse, enojarse con los otros?”.
El papa también agradeció a todas las personas y las comunidades que el pasado 26 de enero se unieron en oración por la paz en Ucrania. En su catequesis dijo:” Continuemos a suplicar al Dios de la paz para que las tensiones y las amenazas de la guerra sean superadas a través del diálogo serio y para que puedan contribuir también los coloquios en el formato Normandía. Y no olvidemos: la guerra es una locura”, concluyó el Obispo de Roma. El formato Normandía es una apuesta diplomática que pretende rebajar la tensión en un conflicto que amenaza a toda la Unión Europea.
En 1916 se publicó el inconcluso libro del escritor estadounidense, Mark Twain, adaptado por Alberto Bigelow Paine, con el nombre de “El forastero misterioso”. En ese libro, “Mark Twain ponía un interesante texto en boca de un personificado ángel llamado Satanás. Ese ángel rebelde es el dueño de la guerra entre los hombres.
Mark Twain decía que la guerra es desastrosa. Copio dos de sus párrafos: “Es una cosa injusta y deshonrosa, y no hay necesidad de que la haya. Pero el puñado vociferará con mayor fuerza todavía. En el bando contrario, unos pocos hombres bienintencionados argüirán y razonarán contra la guerra valiéndose del discurso y de la pluma, y al principio habrá quien los escuche y quien los aplauda; pero eso no durará mucho; los otros ahogarán su voz con sus vociferaciones y el auditorio enemigo de la guerra se irá raleando y perdiendo popularidad. Antes de que pase mucho tiempo, verás este hecho curioso: los oradores serán echados de las tribunas a pedradas, y la libertad de palabra se verá ahogada por unas hordas de hombres furiosos que allá en sus corazones seguirán siendo de la misma opinión que los oradores apedreados (igual que al principio), pero que no se atreverán a decirlo”.
”Y, de pronto la nación entera (los púlpitos y todo) recoge el grito de guerra y vocifera hasta enronquecer y lanza a las turbas contra cualquier hombre honrado que se atreva a abrir su boca; y, finalmente, esa clase de bocas acaba por cerrarse. Acto continuo, los estadistas inventarán mentiras de baja estofa, arrojando la culpa sobre la nación que es agredida y todo el mundo acogerá con alegría esas falsedades para tranquilizar la conciencia, las estudiará con mucho empeño y se negará a examinar cualquier refutación que se haga de las mismas; de esa manera se irán convenciendo poco a poco de que la guerra es justa y darán gracias a Dios por poder dormir más descansados después de ese proceso de grotesco engaño de sí mismos”.
Este texto forma parte de una fabulosa reflexión de Twain – cuyo nombre verdadero era Samuel Langhorne Clemens – sobre la condición humana desde un punto de vista fuertemente satírico, pero en algunos puntos como este no menos cierto. La élite política, esos pocos que vociferan en el texto de Twain, según el general prusiano Carl Von Clausewitz “Son los que marcan el factor clave del comienzo y del desarrollo de una guerra”. La guerra no es un acto aislado, y son la política y la economía lo que orientan hacia el fin deseado. Las acciones bélicas son simplemente el medio para llegar a esa meta marcada. Por supuesto, para alcanzar esa meta no vale únicamente ganar la guerra.
Obtener una victoria en una guerra de cualquier modo nunca es la forma de perpetrar ese fin, por lo que es necesaria una publicidad que encubra la realidad. Los habitantes de una nación no necesitan saber que su país está masacrando a otro, solo necesitan escuchar que están luchando contra un enemigo al que se le debía poner freno. Con ello, la conciencia del país se quedará más tranquila, y una vez alcanzado el fin, nadie protestará por el medio empleado. De hecho, poco importa ya cómo se desarrolle una guerra. Ahora solo importan los motivos y los fines. Desgraciadamente, la naturaleza de la guerra se ha visto únicamente reducida a los objetivos económicos y políticos que se buscan.
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