Dentro de la compleja situación que vive Venezuela, un aspecto que sin duda se constituye en un trago amargo para nuestro país es el de las denominadas sanciones internacionales.
De un tiempo para acá, las relaciones de nuestra nación con otros numerosos e importantes actores internacionales se han visto enrarecidas, con el consecuente tropiezo para nuestro bienestar y desarrollo.
Nadie quiere estos contratiempos para su patria. Todos deseamos las mejores relaciones posibles con el concierto internacional de naciones y las organizaciones que las representan.
Sin embargo, hay que ver desde dónde se origina esto. Porque desandar lo sucedido, mediante la identificación y reconocimiento de los errores, es el único camino para remediar una situación que nos afecta a todos.
Y sí, sin duda también afecta a países que preferirían estar en una mejor relación con nosotros y sacando ventaja de un intercambio que sería sin duda tan provechosos para ellos como para nosotros.
Los desencuentros de Venezuela en sus relaciones internacionales comenzaron hace ya unos cuantos años, a través de una retórica innecesaria y agresiva contra algunos de nuestros principales socios comerciales.
Todo aquello se constituyó en una verborrea absurda, que satanizaba a Estados Unidos, el principal cliente de nuestro petróleo, debido a un sesgo político injustificado y tóxico, que no nos aportaba nada y que, por el contrario, terminó por materializar la ruptura con quien había sido un cercano aliado por décadas.
Todo aquello fue en función de agitar el clima político, de crear un supuesto enemigo e infundir miedo para pretender movilizar a las masas. Algo absolutamente inorgánico y completamente divorciado de nuestra historia nacional, en momentos en los que Venezuela vivía tiempos de paz y de prosperidad.
Simultáneamente, se difamó a la iniciativa privada nacional e internacional. Se comenzó con la delirante etapa de las expropiaciones, que ha probado al día de hoy su fracaso, cuando muchas de las empresas expropiadas fueron devueltas en ruinas a las manos de sus propietarios. Otras tantas simplemente desaparecieron sin remedio.
Este disparate, inspirado en una ideología comprobadamente caduca y fracasada, terminó por asociar el nombre de Venezuela a la violación de derechos elementales, como el de la propiedad. Las noticias recorrieron el mundo y terminaron por espantar potenciales inversiones extranjeras que encontraron otros destinos más seguros y amigables, donde no se pasara del insulto y la xenofobia a los hechos hostiles.
También se arremetió sin piedad contra quienes pensaran distinto. La pretensión de crear una uniformidad de pensamiento contribuyó a horadar esa imagen que alguna vez tuvimos, la cual sirvió incluso para que Venezuela fuera mediadora en terribles conflictos internacionales.
Esa zona gris en la cual se encuentran muchos privados de libertad más por sus ideas que por acciones, ha torpedeado terriblemente la confiabilidad en las instituciones y el Estado de Derecho.
Rompimos relaciones con las naciones más avanzadas, mientras nos acercamos a otras cuestionadas por la comunidad internacional, con una política exterior de “carrito chocón” que nos alejó de países con grandes avances académicos, tecnológicos y económicos.
El no adelantar los procesos electorales mediante metodologías internacionalmente validadas ha sido otra gran piedra en el zapato. Adicionalmente, la pésima administración de los dineros públicos también ha sido objeto de condena. Y a Estados Unidos se sumó la Unión Europea, Panamá, Suiza, Reino Unido y México, entre otros países.
Estamos ante la consecuencia de una sucesión de desatinos internos que se han traducido en enfrentamientos con antiguos aliados y mucho peor, hacen sentir cuán errado está el rumbo a través del deterioro de la vida de los venezolanos.
El enfrentamiento con los valores y derechos de las democracias occidentales ha costado al país una buena cuota de bienestar, la misma que se podría recuperar con una rectificación de 180 grados, que nos devuelva al camino de relaciones saludables con naciones que se encuentran a la vanguardia del desarrollo.
Con esas mismas naciones que suministran abundantemente a sus ciudadanos educación, salud, empleo y salarios razonables. Esos son los socios que necesitamos con urgencia para salir de este agujero negro, porque lo único que sigue estando en juego es el bienestar de nuestros ciudadanos.
Ahora estamos una vez más en medio de un proceso de diálogo para intentar destrabar la situación nacional, que se encuentra en terapia intensiva. Desde el gobierno, solamente se escucha la exigencia de que levanten las sanciones. Pues bien, esto depende de ellos. Es larga la lista de errores a corregir, y todos están en sus manos.
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