Duele a la par que indigna la tragedia que cada día sufren más emigrantes venezolanos en distintos países del continente.
Primero fue en los vecinos, Colombia y Brasil, para después extenderse hacia el sur. Ecuador, Perú, Argentina, Chile se convirtieron en destinos deseados por centenares de miles, que ilusionados esperaban encontrar lo que nuestro país no podía ofrecerle. También las islas cercanas, Trinidad, Curazao y Aruba.
Maltratados en naciones a las que otrora Venezuela extendió su mano generosa, defraudados al no cumplirse sus expectativas, miles han vuelto al camino. Muchos que tiempo atrás superaron el páramo de Berlín para luego enfrentar el desierto de Atacama, pasadas cinco fronteras, hoy se enfrentan a la dura travesía por el tapón de Darién y atravesando Centroamérica arriban pasadas semanas a las orillas del Rio Bravo que divide México de Estados Unidos. En ruta son tantos los que han perdido todo incluso la vida que se cuentan ya por decenas los muertos.
De boca en boca, por las redes, incluso mercadeado en páginas web que ofertan el viaje con “todo incluido”, el recorrido plagado de extremas dificultades desanima a pocos cuando se trata de alcanzar el sueño americano.
Para aquellos que logran cruzar el rio, al otro lado espera la patrulla fronteriza que recibe oleadas de miles porque no se trata solo de venezolanos sino naturales de 160 países, con un mayor número de mexicanos, cubanos, colombianos, haitianos, hondureños, salvadoreños y unos cuantos provenientes del África subsahariana. Cifras oficiales suman 1,7 millones de inmigrantes ilegales que intentan establecerse en los Estados Unidos en los últimos 12 meses de los cuales más de 1 millón fueron devueltos a su tierra de origen.
Trasladados a un centro de detención deberán esperar por las llamadas entrevistas de miedo creíble o razonable lo que puede tardar entre 2 semanas y 2 meses. Corresponderá a los oficiales de inmigración determinar si hay suficientes razones para activar un proceso de asilo para cuya decisión definitiva es posible esperar años si bien es cierto que se estará en la calle y con posibilidades de trabajar a menos que se caiga en la suerte de pasar a ser una ficha de la política doméstica estadounidense en las cercanías de las elecciones de medio término. Engañados alegan, venezolanos han terminado tirados frente a la casa de la vicepresidente Harris en Washington o en la lujosa localidad de Martha’s Vineyard que rápidamente los trasladó a la Base militar de Cape Cod.
He oído y leído de todo en cuanto a los costos de la travesía que en las últimas semanas realizan compatriotas hacia el norte. Aun en condiciones muy precarias se trata de centenares a veces miles de dólares. Coyotes que entre Colombia y Panamá cobran entre 100 y 500 dólares, que por los minutos del tránsito en Río Bravo entre 800 y 1,000, los consumos de comida a lo largo de semanas y uno que otro alojamiento cuando no se duerme a la intemperie. Me comentan de familias venezolanas que llegan a erogar hasta 10 mil dólares durante el penoso recorrido y me parece mentira la cifra, pero se me insiste que es así. Hace poco oí a una vecina decir que con un monto como ese inicia un buen emprendimiento en Venezuela.
Respeto a los que se han marchado y me apenan sus vicisitudes, reconozco que son muchos los problemas que azotan a Venezuela, pero nada más cierto que este puede ser el mejor país del mundo si nos esforzamos juntos y que nuestras posibilidades de un mejor mañana se potenciarían si los que se encuentran fuera regresan a su patria.
Aquí están los suyos, nadie los vejará, no serán menospreciados ni discriminados. Que regresen a Venezuela, que vuelvan a casa, a este que es su país es nuestro llamado.
Lea también: