Venezuela es un país maravilloso, mimado por Dios, que lo colmó de belleza y de recursos y potencialidades, que bien administrados y mediante un trabajo productivo y responsable, nos permitirían a todos vida digna y sin penurias.
Unos ocho millones de compatriotas lo han abandonado todo con la esperanza de encontrar fuera una vida digna que aquí les resulta imposible.
Pero en el próximo mes de julio podemos poner los cimientos para empezar a reconstruir el país. Con las elecciones presidenciales tenemos una gran oportunidad de cambiar de gobierno, condición imprescindible para refundar a Venezuela.
El voto consciente y responsable, sin dejarse coaccionar por limosnas, promesas y chantajes, es una demostración de que amamos a Venezuela y de que nos duele tanto sufrimiento inútil que queremos eliminar. Abstenerse, no ir a votar, votar por el candidato del Gobierno o por uno de esos que no tienen ninguna posibilidad de ganar, equivale a afirmar que no nos importa Venezuela ni el dolor de tantas víctima inocentes, que arrastran una vida miserable o andan por el mundo en un éxodo difícil y muy doloroso, que ha roto familias y ha destrozado en muchos la confianza y la esperanza.
Venezuela nos necesita. Necesita de sus hijos esforzados, generosos y valientes, capaces de asumir activamente su ciudadanía y optar con valor por la reconstrucción del país.
Afortunadamente, son muchísimos los que han abierto los ojos para ver la realidad sin ideologías ni dogmas, y sin ya dejarse engañar por los que prometen abundancia y prosperidad, cuando son los mismos que han causado el caos y la tragedia. Sobre toda Venezuela empieza a ondear cada vez más vigorosa una esperanza activa y comprometida que se va a traducir el 28 de julio en una avalancha de votos a favor del cambio y de la reconstrucción del país, que no permita las dudas, las trampas y los posibles fraudes.
La reconstrucción del país exige enfrentar y superar tres grandes retos: el reto del reencuentro y la reconciliación, de modo que profundicemos y llenemos de sentido la democracia, entendida como un poema de la diversidad, con gobernantes capaces y profundamente éticos, ejemplos de vida; con poderes autónomos y no ejecutores de las órdenes o caprichos del ejecutivo, con instituciones eficientes, dirigidas por personas capacitadas y honestas, que resuelvan problemas, de modo que todos los venezolanos nos constituyamos en genuinas personas y auténticos ciudadanos, sujetos de derechos y deberes, iguales ante la ley.
El segundo reto es cambiar el modelo estatista y rentista por un modelo eficiente y productivo, que asuma la educación, el trabajo y la producción como medios esenciales para una auténtica realización personal y para garantizar a toda la población bienes y servicios de calidad.
El tercer reto es lograr un desarrollo humano, con justicia y equidad, es decir, sin excluidos de ningún tipo, un desarrollo que combata con fuerza la pobreza, la miseria, la ignorancia, la corrupción, el clientelismo, el populismo y todo tipo de discriminación y de violencia. A pesar de los graves problemas, los venezolanos no podemos renunciar a la esperanza y debemos seguir trabajando con tesón, ilusión y pasión, por constituirnos en una nación moderna, eficiente y solidaria.
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@antonioperezesclarin
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