El pasado sábado asistí en El Vaticano a consistorio en el cual el Papa Francisco invistió como Cardenal a Diego Rafael Padrón Sánchez.
En una soleada mañana, en la plaza de San Pedro, el sumo pontífice tras colocar en la cabeza de Padrón y diez ocho sacerdotes más llegados de distintos países del mundo, el solideo y el birrete rojo que identifica su nueva dignidad, afirmó que su variedad y diversidad geográfica servirían a la iglesia como músicos en una orquesta, donde a veces tocarán solos y otras veces en conjunto “Por eso es esencial la escucha mutua: cada músico debe escuchar a los demás”, les dijo.
Diego Rafael Padrón Sánchez, es el séptimo venezolano creado Cardenal.
Primero fue José Humberto Quintero Parra nacido en Mucuchíes, Mérida, seguido de José Alí Lebrún Moratinos de Puerto Cabello, Carabobo, del aragüeño Rosalio José Castillo Lara de Güiripa, Antonio Ignacio Velasco García de Acarigua, Portuguesa y los caraqueños Jorge Liberato Urosa Savino y Baltazar Enrique Porras Cardozo.
El Cardenal Padrón Sánchez nació en Montalbán; Carabobo, el 17 de Mayo de 1939. Cursó estudios en el seminario menor de Valencia y luego prosiguió en el seminario interdiocesano Santa Rosa de Lima, en Caracas. Posteriormente se tituló en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma, y en el Instituto Franciscano en Jerusalem. Es egresado también del entonces Instituto Pedagógico de Caracas.
En julio de 1994 tuve la fortuna de recibirlo en Maturín y asistir el 23 del mismo mes a su toma de posesión canónica como Obispo de la Diocesis. Sucedía a nuestro primer Obispo, Monseñor Antonio José Ramírez Salaverria, sacerdote muy querido por todos los monaguenses quien se desempeñó por treinta y seis años al frente de la iglesia local.
El nuevo Obispo se integró de inmediato a nuestra pujante colectividad y en lo que a mí se refiere fue un apoyo invalorable en mi gestión como gobernador. Sin ninguna reserva incorporó a la Diocesis a responsabilidades más allá de las impuestas por la fe. En procura de la mayor transparencia en la administración de cuantiosos recursos producto de la Ley de Asignaciones Económicas Especiales y del FIDES que habíamos logrado aprobara el Congreso de la República, decreté una comisión única de licitación para decidir sobre toda obra y/o compra importante del ejecutivo regional y designé como presidente a un representante del obispado, quien realizó una extraordinaria labor. Llevamos a todos las escuelas del estado la educación católica y no dudo en afirmar que ello contribuyó a formar una generación marcada por valores superiores.
En los momentos más difíciles de mi mandato, Monseñor Padrón estuvo a mi lado. Insubordinada la policía estadal, secuestradas las sedes y el armamento, el obispo se convirtió en mediador y gracias a él fue posible sin lamentar un solo incidente violento que concluyera el alzamiento. Veló después junto conmigo porque los insubordinados fueran respetados y bajo ninguna circunstancia se les afectara. Cuando enfermé estuvo muy pendiente de mí y su presencia y bendiciones me permitieron sortear aquellos complicados días.
Ya el Arzobispo de Cumaná y yo vicerrector de la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho le visité y suscribimos convenio de cooperación entre la Universidad y la Arquidiócesis.
Seguí con admiración su desempeño como Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana en tiempos muy complejos en Venezuela. Fue la época en que los odios se desataron y nos asomamos a las puertas de la guerra civil. Con el talento y los dotes diplomáticos que lo marcan, con su hablar pausado pero con recio carácter, Diego Rafael Padrón Sánchez, supo liderar la Iglesia venezolana y en mucho facilitó en disminuir la confrontación.
Tras la gran alegría de escuchar al Papa Francisco, que Monseñor Padrón seria Cardenal, asistí con Larissa a misa dominical en la Iglesia de la Inmaculada en Valencia. Era el mismo de siempre, no había cambiado: sencillo, modesto, cercano, con una memoria privilegiada, enérgico, en su homilía disertó sobre la unidad nacional y de la importancia de la construcción de consensos para sacar a Venezuela adelante.
El domingo volvimos a misa, la primera como Cardenal de Diego Rafael Padrón Sánchez. Fue en la hermosa Iglesia de Santa Ana, en el interior de la Ciudad de El Vaticano. Allí escuchamos otra vez palabras de conciliación, de unidad. En su mensaje final, Cardenal Padrón al desearnos feliz regreso a Venezuela invitó a transformar nuestra realidad en paz. Que así sea.
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