Desde hace décadas, el continente americano ha estado repleto de conversaciones y propuestas sobre la creación de un eventual Mercado Común de las Américas. Se trata de un proyecto ambicioso, que busca integrar económicamente a las naciones del hemisferio occidental.
Aunque este sueño puede parecer lejano y –en algunos casos- imposible de lograr, su realización es más urgente que nunca, y los obstáculos que enfrenta son desafíos que debemos superar.
En este sentido, bastaría mirarnos en el espejo de Europa. La Unión Europea fue una de las empresas políticas más audaces y exitosas del siglo XX.
Nacida de las cenizas y concebida en un continente empapado de sangre y desconfianza, la UE se levanta hoy como referente sólido en un mundo lleno de desafíos políticos y económicos.
Este portento emerge de la devastación causada por dos guerras mundiales que dejaron a Europa en ruinas y a sus habitantes con un justo anhelo de paz y prosperidad. Los líderes de la época comprendieron que la estabilidad solo podrían lograrse mediante una integración económica y política más profunda.
Sin embargo, la visión de una Europa unificada fue desafiada por una serie de obstáculos políticos, económicos y culturales, como la diversidad cultural y lingüística o la desconfianza mutua. Integrar este rompecabezas fue un desafío titánico.
Las naciones miembros tenían sus propios intereses, que a veces chocaban. Algunos países europeos estaban mucho más avanzados económicamente que otros. Y aún las heridas y los resentimientos de las guerras estaban frescos.
Sin embargo, lograron paz y estabilidad; además de un crecimiento económico por el cual los ciudadanos europeos disfrutan hoy de un nivel de vida más elevado que nunca, entre los mejores del planeta.
De la misma manera, los países de América Latina son diversos en términos de tamaño, desarrollo económico y objetivos políticos. La creación de un mercado común requeriría que estas naciones se pongan de acuerdo en una serie de cuestiones medulares.
La historia de rivalidades y enfrentamientos entre algunos países de la región ha dejado aquí también cicatrices profundas. Superar estas tensiones sería esencial para lograr una cooperación efectiva. Las barreras burocráticas son complicadas y difíciles de superar. La simplificación de las regulaciones tendría que vencer desconfianzas y nacionalismos extremos, además de incontables agendas particulares.
Sin embargo, las fortalezas que son nuestro activo, nos dicen que vale la pena. América Latina es una región rica en recursos naturales, cultura e historia. Con un mayor flujo de bienes y servicios se estimularía la inversión, la creación de empleo y el crecimiento económico, lo que beneficiaría a todos los países miembros.
La diversificación de las economías a través del comercio regional reduciría la dependencia del comercio con naciones extrarregionales. Eso nos haría menos vulnerables a las fluctuaciones económicas globales. Podríamos competir de manera más efectiva en el mercado global, lo que impulsaría aún más el crecimiento económico.
La cooperación en investigación y desarrollo podría llevar a avances tecnológicos que beneficien a todos los involucrados. La colaboración en áreas como la energía renovable y la ciberseguridad sería tan valiosa como la cooperación regional, una pieza fundamental para abordar desafíos como el cambio climático, la migración y la seguridad regional. Adicionalmente, seríamos atractivos para inversiones extranjeras. El crecimiento sostenido podría reducir significativamente la pobreza en la región. Tendríamos una voz más influyente en los asuntos globales, permitiendo que nuestras naciones defiendan mejor sus intereses.
Venezuela podría aportar elementos muy significativos. Nuestras reservas de petróleo podrían servir como fuente de energía para la región. Nuestra ubicación geográfica estratégica otorga acceso a valiosas rutas de comercio. La mano de obra altamente calificada podría contribuir al desarrollo de sectores clave en una economía regional integrada.
Tendríamos, eso sí, que poner bajo control a problemas como la inflación endémica, la productividad y la reiterada fuga de cerebros de los últimos tiempos.
Para cerrar con pocas palabras, la creación de un Mercado Común de las Américas es un objetivo tan ambicioso como necesario. A pesar de los obstáculos que enfrenta, los beneficios potenciales para la región son demasiado importantes para ser ignorados.
Somos un continente rico en potencial, pero sin acción concreta y estrategia, no pasaremos de un sueño.
Ya es tiempo de que América Latina se una y trabaje para hacer realidad este sueño. Para luego es tarde, porque hay que trabajar muy duramente para acercar posiciones y limar diferencias.
Lea también:
AD 82 años: Democracia en acción