El pasado sábado, culminado extraordinario acto con la dirigencia adeca de Mérida invité a que me acompañaran a honrar en su lugar de reposo eterno a uno de nuestros más admirados héroes civiles, Alberto Carnevalli.
Marcharon conmigo centenares de merideños encabezados por Alcides Monsalve, alcalde que fue de la hermosa Santiago de los Caballeros. A mi lado compañeros de sueños Leomagno Flores, Clever Lara, Miguel Ángel Quiroz, Oscar Pulido, Israel Herrera, Manuel Guerrero, Winston González, Anny Marín y como siempre Larissa.
Referente de mi juventud con Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli muerto en un camastro en la Cárcel de San Juan de los Morros sacrificó su existencia por libertad y democracia.
Nacido en Mucurubá, recién cumplido 21 años, encabezó la combativa Asociación General de Estudiantes. Promotor del Partido Democrático Nacional figuró entre los fundadores de Acción Democrática en su patria chica.
Graduado de abogado se instaló en Zulia asesorando sindicatos y contribuyendo a la forja del Partido del Pueblo que nacía.
La Revolución de Octubre de 1945 lo llevó a la gobernación de Mérida siendo electo luego como diputado al Congreso de la República, el primero salido de una elección universal, directa y secreta. A la par se desempeñó como Secretario General nacional de Acción Democrática.
Tras el derrocamiento del Don Rómulo Gallegos, en 1948, Carnevalli fue aventado al exilio, radicándose temporalmente en los Estados Unidos y posteriormente en México.
A finales de 1950, Carnevalli dejó la seguridad de la vida en el extranjero y regresó a Venezuela para incorporarse a la resistencia clandestina contra la dictadura. Volvió a sabiendas que se enfrentaría a una tiranía asesina que no le daría cuartel. Partió seguramente con la conciencia que arriesgaba todo en procura de un ideal superior.
Capturado pasado pocos meses de su retorno, protagonista de una fuga espectacular, asumió las riendas de la Acción Democrática tras el vil asesinato de Ruiz Pineda. Sabía que con tal se convertía en el objetivo número uno de los sabuesos del despotismo. En enero de 1953 es apresado otra vez y apenas tres meses después fallece tras dolorosa agonía, sin atención médica ni piedad alguna.
Rezada una oración por el descanso del alma de Alberto Carnevalli y colocado un ramo de flores en su tumba pronuncié unas palabras en su recuerdo que culminé parafraseando a Bolívar: “Compañero Secretario General, juro y juramos que no daremos reposo a nuestras almas hasta que sea realidad una Venezuela diferente”.
El domingo, mientras viajábamos de Mérida a Trujillo, le comenté a Leomagno Flores de la grandeza de Carnevalli y de su compromiso con el pueblo venezolano que le impulsó a regresar para ubicarse en la primera línea del liderazgo clandestino.
Antonio Pinto Salinas sucedió a Carnevalli para a su vez ser abatido a tiros en junio de ese terrible 1953.
Leonardo, Carnevalli, Pinto Salinas son apenas tres de los muchos adecos que murieron en esos años de infamia, de miles de militantes que padecieron en las cárceles, torturados, en campos de concentración como Guasina y Sacupana, exiliados. Hombres, también mujeres, que nada temían cuando se trataba de combatir por los ideales que habían abrazado, los que enarbolaba Acción Democrática.
Nosotros, herederos del legado de nuestros mártires mal podemos perderlo en nuestras manos. Libertad, democracia, pluralismo, sufragio popular y participación, erradicación del caudillismo, más que palabras conceptos fundamentales esgrimidos por los padres fundadores de la organización, Rómulo Betancourt el primero, hoy como ayer debemos tenerlos presentes en nuestro diario quehacer partidario.
Acción Democrática es patrimonio del pueblo de Venezuela y herramienta indispensable para el cambio que demanda las grandes mayorías nacionales. No tiene dueño distinto a sus miles de militantes y en memoria de tantos que ofrendaron mucho debemos tenerlo siempre presente.
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