Este miércoles se realizó la misa exequial por el noveno aniversario del fallecimiento de Monseñor Antonio José Ramírez Salaverría, primer Obispo de la Diócesis de Maturín.
La misa fue concelebrada entre el Obispo de Maturín, Monseñor Enrique Pérez Lavado, el padre Josué Pérez y el padre José Echezuría en la Catedral.
El padre Josué Pérez expresó el tributo a nuestro primer Obispo de la Diócesis de Maturín, Antonio José Ramírez Salaverría, un Sucrense que hizo de Monagas su tierra, amándola y sembrando en ella sus raíces de amor, tesón y servicio al más necesitado.
Entre sus obras están plasmadas, el centro APEP, que por años formó tantos estudiantes en áreas de cocina, costura, metales, electricidad, electrónica.
El invaluable Instituto Pedagógico de Maturín, de donde han egresado tantos profesionales de la docencia en distintas disciplinas.
Iglesias y parroquias para el bien espiritual de los monaguenses, siendo la más emblemática, su anhelada Catedral, y lo más importante:
Un pueblo misionero con sacerdotes entregados a su pueblo, con el carisma de su primer Pastor quien fue nuestro Obispo emérito de Maturín.
«En ésta Catedral de Nuestra Señora del Carmen reposan desde hace nueve años los restos de quien ideal y materialmente la construyó, Monseñor Antonio José Ramírez Salaverría.
Sin que este templo pretendiera ser un mausoleo, —dicho por él mismo— intuía que aquí reposaría para la eternidad. Sus restos mortales, con olor a santidad fueron inhumados el viernes 04 de julio, casi una semana después de su histórico, concurrido y sentido funeral, que congregó al episcopado, a toda la sociedad monaguense y a muchos distinguidos venidos de otras partes del país.
El día de su fallecimiento estuvo cargado de mucho significado; muchas coincidencias divinas se juntaron como un lenguaje del Altísimo para comunicarnos la pureza del alma de aquel santo hombre. Monseñor falleció el 28 de junio, en sábado ya en vísperas del domingo, día del Inmaculado Corazón de María, un día después de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo.
Por esas fechas, dejó escrito Monseñor Ramírez: “el Padre Jaime Suriá tenía que ir a celebrar las fiestas de San Pedro en el vecino pueblo de Saucedo y fueron los dos incansables niños monaguillos, Antonio José y Juan Bautista, a acompañarlo. Durante el recorrido, ya convencido de la vocación religiosa de Antonio José, el Padre Jaime hizo un gesto repentino y le dijo con gran seguridad: ¡Antonio, prepárate, porque mañana te vas para el seminario de Margarita!, a la casa de la Virgen del Valle”.
Otra especial coincidencia es que hoy 28 de junio la Iglesia celebra la memoria de otro santo Obispo, San Ireneo de Lyón, a quien le tocó enfrentar en el siglo IV las herejías de su tiempo; recientemente el Papa Francisco lo declaró Doctor de la Iglesia con el título de “Doctor unitatis” (Doctor de la unidad).
Precisamente eso fue Mons. Ramírez, doctor de la unidad, pastor de la unidad, es decir, hombre de comunión, que llegó a participar y a asumir las conclusiones del Concilio Vaticano II con fidelidad y expresa ilusión y esperanza, aplicando su espíritu y letra desde el primer momento a cuya iglesia se le había confiado, sin dejar a un lado ninguna de sus necesidades; entonces salieron vocaciones para el seminario, movimientos de apostolado para la juventud y la familia, aumento de comunidades religiosas,
creación de Parroquias y otras.
Toda esa suerte de infinitas bondades emergían, se desarrollaban y crecían en torno al Obispo. En torno suyo los sacerdotes, los gobernantes, los amigos, los pobres, hombres y mujeres de toda clase y condición, con quienes fue cercano y amable, cordial y familiar; la idea que se tenía del prelado al que solo se le podía besar el anillo y hacerle reverencia quedaron atrás con el calor humano que este hombre sencillo pudo manifestar a todos, sin que su dignidad episcopal se viera menguada en forma alguna.
Monseñor Ramírez tenía la capacidad de unir a la sociedad: hablaba de Jesús y de Bolívar, de María Santísima y de Juana La Avanzadora, de San Maturín, del Indio Maturín y de los aborígenes de ésta tierra que ha resistido con valor y a la que exaltó aplicándole una estrofa de Salmerón Acosta: “Más cien
veces contigo me he abrazado, junto a una tumba entre otras mil perdida, y con gran reverencia te he llevado. En mi nombre, en mi sangre y en mi vida”.
Gracias al trabajo de sus sucesores, Monseñor Ramírez, ya anciano y emérito de esta iglesia particular “pudo ver” cómo su obra se multiplicaba como las estrellas del cielo. Él y Abrahán tienen mucho de parecido; Dios lo sacó de la Ur de Cumaná y le mostró una tierra en la que se multiplicaría su descendencia: ¡Cuántos sacerdotes! ¡Cuántos movimientos! ¡Cuántas parroquias! Dios le dio en posesión una nueva tierra a la que amó hasta sus últimos días, donde ofreció tantos sacrificios; no se trataba de terneros, ni cabritos, tórtolas o pichones, sino de sí mismo, como hostia viva junto al sacrificio verdadero y eterno de la Eucaristía, donde actualizaba la Alianza hasta que el sol se puso.
Monseñor Ramírez desde su preconización supo sembrar con sabiduría el Evangelio de nuestro Señor; fue lo que aprendió de sus grandes maestros, Monseñor Sixto Sosa y el mismo Padre Jaime Suriá. En él se cumple aquello del Evangelio: “Todo árbol bueno da frutos buenos” (Mt 7, 17). Éste testimonio lo recoge una buena parte del pueblo de Dios que, de forma espontánea y permanente no sólo recuerda, sino que busca a Dios por el camino mostrado por este santo obispo. Por sus frutos los conocerán, dice la Escritura (Cfr. Mt 7, 15-20).
Monseñor Ramírez Salaverría sigue siendo modelo de verdadero profeta y de gran pastor. En su tiempo de obispo le tocó vivir el paso de la dictadura perejimenista a la Democracia conquistada por un amplio sector de la sociedad venezolana iniciado precisamente en el año de su elección como Obispo de Maturín, que fueron tiempos convulsos, con ciertas amenazas de rebeliones y, al mismo tiempo, con fuertes indicios de desarrollo cultural, social y político.
Por otro lado, la crisis económica progresivamente acentuada, a principios de los años ochenta y las graves denuncias de corrupción tocaron, sobre todo, a los más pobres, junto a los que siempre estuvo. Monseñor promovió la creación de los centros APEP y de la Escuela práctica de agricultura “Virgen del Valle” (que hoy lleva su nombre) para llevar a las zonas populares las herramientas necesarias para la educación y el trabajo. Su visión de “hacer y enseñar” se materializaba con el deseo de acompañar a la predicación del evangelio obras sociales que aseguraran el derecho del pueblo a vivir mejor.
Empieza causa de su beatificación
Antes y ahora pasado el tiempo canónico que se requiere para promover la causa de beatificación y canonización de fieles católicos una buena parte da testimonio de que Monseñor Antonio José Ramírez Salaverría vivió y murió en fama de santidad.
En este sentido, el Obispo diocesano de Maturín Monseñor Enrique Pérez Lavado hace algún tiempo pidió se recogieran los testimonios necesarios para poder iniciar y cumplir con los requisitos previos a la apertura de una posible causa diocesana que lleve en un futuro a la beatificación de éste cristiano, sacerdote y obispo santo.
En esta fecha tan singular pidamos a Dios que nunca nos falten pastores como Monseñor Ramírez y que la Iglesia siga viviendo en comunión como lo soñó deseó y procuró el primer obispo de la Diócesis de Maturín.
Lea también:
19 personas viajan a Dominicana en vuelo inaugural a través del Aeropuerto José Tadeo Monagas