Desde hace unos meses corre en las redes sociales, especialmente hacia el exterior del país, el rumor de que las cosas están mejor en Venezuela. Se sustenta en que se han abierto nuevos locales, se puede escoger lo que se va a consumir, se están presentando conciertos de nivel internacional y hasta se ven vehículos de alta gama circulando.
En síntesis, esa percepción actual que algunos tienen sobre nuestro país se basa en una frase, repetida como un mantra: “Venezuela se arregló”.
Desde nuestro punto de vista, el asunto no pasa de ser más que un débil barniz para enmascarar las profundas fallas estructurales que sufrimos como nación, y que no hacen más que profundizarse, mientras algunos se dejan engañar con esta discusión sobre un eslogan publicitario vacío.
La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida Encovi, halló que la expectativa de vida de los venezolanos nacidos durante la crisis de 2015-2020, se redujo en tres años, y que la tasa de mortalidad infantil ahora es similar a la de hace 30 años.
Por si fuera poco, la misma fuente indica que 92.7% de los hogares se encuentran en inseguridad alimentaria y el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas ha extendido sus operaciones en el país.
Quienes pueden percibir algo de la presunta mejoría, son los profesionales que pueden vender sus servicios en divisas, o quienes reciben contados dólares de sus familiares en el exterior. Pero vaya y pregúntele a un maestro que gana sueldo mínimo, o a un jubilado, si tiene acceso a bodegones, conciertos y vehículos de lujo.
Algo que llama la atención es que se enarbole una pretendida disponibilidad de productos en los anaqueles como símbolo de recuperación, cuando las etiquetas nos permiten ver que la abrumadora mayoría es importada. No hay mayor testimonio de fracaso que este.
La Confederación Venezolana de Industriales, Conindustria, ha advertido cada trimestre de los últimos 5 años sobre la disminución de la actividad industrial en el país.
El manejo a contrapelo de las leyes más elementales de la economía, solamente ha ocasionado un descalabro de proporciones apocalípticas, que ahora pretende arreglarse “con saliva de loro”, como dirían nuestros abuelos.
La terca pretensión de dictar descabelladas leyes económicas propias sin sustento, solamente por fidelidad a trasnochadas doctrinas utópicas, terminó por pulverizar a la moneda nacional.
Y si alguna mejoría se ve en el circulante en la calle, es porque por fin nos sinceramos y se le dio luz verde al dólar como moneda de facto en el país. Algo que venía ocurriendo desde hace mucho tiempo y que era un secreto a voces durante los tiempos en los que su uso estaba sancionado, pero todo el mundo lo hacía a modo de supervivencia.
Incluso se ha desinflado la ilusión vana de que Estados Unidos se volcaría a comprar petróleo venezolano ante la invasión rusa a Ucrania. Lo cierto es que nuestra industria petrolera cayó hace rato en un estado de deterioro, con instalaciones sin el mantenimiento adecuado y sin la presencia de los mejores profesionales de la industria, quienes se fueron del país hace rato.
Ya EE. UU. descartó esta posible solución a su problema de abastecimiento de combustible y se volteó a buscar otras opciones más confiables, ante la incapacidad actual de la otrora poderosa industria petrolera nacional.
Por si todo esto fuera poco, es aplastante la realidad del inventario nacional que pretende ocultarse tras conciertos y bodegones: servicios públicos al borde de la inoperatividad, cono el agua y la luz; hospitales donde los pacientes deben llevar sus propios insumos, un Metro destartalado que lleva a los pasajeros de susto en susto, instituciones educativas que no cumplen con las más elementales normas sanitarias e irregularidades en el suministro de combustible o de internet, son el pan nuestro de cada día.
La industria nacional fue asfixiada por políticas erróneas y nada se ha hecho para recuperarla. El consumo de bienes importados en nada aporta a nuestra economía, ya que no es dinero que se quede circulando en el país, sino que va a comprar más productos importados a terceras naciones. Es decir, no crea riqueza ni genera empleos; mas allá de lo que aporte a los intermediarios de estos negocios.
Y así, una propuesta política que utilizó como bandera la igualdad, terminó profundizando aún más las desigualdades, en una nación donde la capacidad de acceso a la moneda estadounidense marca la calidad de vida de cada ciudadano. En eso terminó el pretendido antiimperialismo. Lo que reina actualmente en el país es un capitalismo extremadamente salvaje.
Cuando Venezuela se arregle de verdad, la realidad será muy distinta al sombrío cuadro que padecemos hoy, y que ningún eslogan puede esconder.
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