Según el reconocido economista Gabriel Felbermayr la guerra en Ucrania marca «el fin de 30 gloriosos años de globalización» lo que algunos anticiparon sucedería tras el COVID 19.
Especialistas se dividen entre los que proclaman la pronta unipolaridad, con Estados Unidos como única potencia rectora tal como lo señaló el pasado 21 de marzo, el presidente Biden ante un auditorio de jefes de empresas: «Es el momento de que las cosas cambien. Habrá un Nuevo Orden Mundial y nosotros tenemos que dirigirlo. Y tenemos que unir el resto del mundo libre para hacerlo», aquellos que insisten en una conveniente multipolaridad y los que apuestan por la bipolaridad, el planeta dividido en dos bloques.
Lo cierto es que en el mañana cercano veremos un Nuevo Orden Mundial.
Al margen de cómo concluya la conflagración rusa-ucraniana la hipótesis más probable es que por un lado encontraremos a Estados Unidos a la cabeza con las naciones europeas y Japón y en el otro a China, Rusia, India, Pakistán, disputándose aliados en Asia, África y América Latina que bien pueden saltar de uno a otro bloque dependiendo hacia donde se inclinen sus gobiernos o incluso hacia donde se les empuje.
Venezuela no parece tener alternativa; a pesar que geográfica, histórica, cultural y comercialmente debería insertarse en el bloque que bien podemos denominar occidental las circunstancias la arrojan a los brazos de países lejanos en la distancia y en su modo de ser. *No conviene, sin embargo, cejar en el empeño de recomponer relaciones y lazos con naciones tradicionalmente amigas* y para ello es fundamental la unidad de los factores internos en el reclamo por el cese de las sanciones unilaterales y la apertura plena de los canales de comunicación e intercambio.
Muy importante también la revitalización de una sólida coalición latinoamericana posible en poco con los cambios que deben producirse en Colombia y Brasil. Tras la salida de Duque y Bolsonaro y su reemplazo por Petro y Lula, se facilitará que los países del subcontinente se conviertan en una comunidad coordinada con mayor peso en el escenario internacional, reforzada con programas de verdadera integración económica y política. A la par ayudaría mucho el procurar resucitar el movimiento de países no alineados que en su lejana fundación, en Belgrado en 1961, proclamó entre otros objetivos: apoyo a la autodeterminación; no-injerencia en los asuntos internos de los Estados; democratización de las relaciones internacionales; desarrollo socioeconómico; reestructuración del sistema económico internacional; no adhesión a pactos multilaterales militares; desarme.
Siglos atrás, el griego Tucídides, afirmó que fue el miedo el que llevó a Esparta a combatir con Atenas, resultando en la destrucción de las dos grandes ciudades de la antigua Grecia. Evitar a todo evento la llamada «Trampa de Tucídides», que evoca a tan lejana contienda, es existencial para los dos bloques que resultarán del Nuevo Orden Mundial y -en lo que se refiere a la Venezuela de este tiempo lo es mantenerse al margen de cualquier conflicto-.
Quizás, a horas de la matanza de Bucha y la carnicería en la estación de Kramatorsk, es ingenuo creer que el mañana será de paz pero un Nuevo Orden Mundial debe apuntar a mejor, en el cual se privilegie el entendimiento, la tolerancia, la solidaridad, la cooperación y al ser humano como centro de nuestro universo, al humanismo vale decir.
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