Lo que necesitamos es empezar por un programa de reestructuración de la economía que nos transforme de una economía controlada por el Estado.
José Antonio Gil Yepes.
En el artículo anterior describimos dos escenarios económico-políticos para el 2024. A partir de allí recibí múltiples llamadas o mensajes sobre qué podemos esperar para el 2025.
Estamos acostumbrados a que, después de un año electoral, al comienzo de un nuevo período presidencial, éste se caracterice por un ajuste económico. Esto se debe a que en los años electorales los gobiernos que buscan reelegirse o que ganen sus candidatos gastan más para congraciarse con el público e incrementar su caudal electoral. En esa carrera de gastos y repartos es común la creación de dinero sin respaldo o “monetización del déficit”, lo cual tiende a incrementar las presiones inflacionarias. De allí la tendencia a que después de la “fiesta y la borrachera” venga la “resaca”, el dolor de cabeza de tener que recortar; y así ha sido en Venezuela y en la mayoría de los países, sobre todo aquellos poco democráticos o manejados por demagogia.
En el artículo anterior señalé que podíamos tener dos modelos de crecimiento para el 2024, lo cual nos llevaría a dos experiencias muy diferentes en 2025. El camino tradicional y la coyuntura actual dice que habrá mayor ingreso petrolero y que, con ese dinero, el gobierno de NM puede reproducir, una vez más, el modelo rentista, moviendo la economía incrementando el gasto público, los sueldos públicos, el consumo, el reparto de subsidios y las importaciones; pero haciendo caso omiso al desarrollo sostenido.
Esta receta contradice el paquete antiinflacionario que el gobierno puso en marcha a partir de 2019, basado en recortes de liquidez, importaciones (algunas de contrabando e ilícitos) y luego reforzado por la mayor voracidad fiscal que conocemos. Pero, por esa misma contradicción se debe esperar que en 2025 vuelva a recortar el gasto y que éste deje de ser “el motor de la economía”, para regresar al camino sin salida en el que estamos.
El camino alternativo que recomendé en el artículo anterior es el de cumplir con lo que el mismo gobierno ha ofrecido cuando dice que “tenemos que superar el rentismo porque no podemos seguir dependiendo del petróleo”.
Este camino es obvio, significa diversificar la economía y nuestras exportaciones promoviendo la inversión de la empresa privada en los diversos sectores que ya sabemos tenemos ventajas comparativas y competitivas. Entre las políticas que estimularían esta carrera de inversiones se destacarían sinceras conversaciones gobierno-empresa para acordar políticas; que las políticas acordadas se implementaran en un plazo prudencial (la ley de seguros que acordaron se guardó por un año y luego salió una versión con sorpresas); el permitir prestar en divisas (donde están cerca del 70% de los depósitos bancarios), democratizar el capital de las empresas del Estado; devolver propiedades expropiadas; aprobar una economía multimoneda, en vez de pechar el uso de la divisa con un IGTF inflacionario y recesivo; incentivar la inversión con rebajas del ISLR (dado que no hay dinero para préstamos blandos); racionalizar los impuestos; corregir el contrabando y los ilícitos aduaneros, entre otras políticas. La única política que no cambiaría sería el crawling peg con el que se viene manejando el tipo de cambio. No podemos recomendar una devaluación drástica para corregir la sobrevaluación cambiaria porque “el remedio sería peor que la enfermedad”, como se vio la mortandad de empresas (y de fuentes de empleo) en ocasiones anteriores cuando se han aplicado paquetes de ajustes, la mayoría siguiendo exigencias del FMI. La sobrevaluación la corregiría el incremento de la productividad.
No necesitamos ajustes, ni al alza, como lo que viene en 2024, ni a la baja, como lo que vendría en 2025 si crecemos gastando los nuevos ingresos petroleros. Lo que necesitamos es empezar por un programa de reestructuración de la economía que nos transforme de una economía controlada por el Estado; un Estado propietario; movida por el gasto y el consumo, en una economía movida por la inversión, la producción y la productividad; altamente privada, diversificada, multiexportadora, con mayores sueldos y consumo privado que logre bajar la inflación porque suba la oferta y no por limitar el tamaño y poder de las empresas y matar de hambre a los trabajadores. De esta manera, el 2025, en vez de un año de ajuste y frustración más, se convertiría en un año de mayor crecimiento equilibrado y sostenible que el año electoral anterior.
El freno a esta transformación es doble: Existen intereses importadores a quienes no les conviene; y existen intereses políticos que ven esa transformación económica como un gran reparto de poder político que detentan quienes han gobernado a los empresarios y trabajadores. El intento de esta transformación por parte de CAP II explica por qué los partidos del sistema del que formaba parte lo removieron del poder: “les estaba echando a perder el negocio”.
@joseagilyepes
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