Con el paso de los días sigue resonando en la comunidad venezolana del país y el mundo el episodio de la espantosa muerte de una criatura de nuestra nacionalidad en Trinidad.
David Uzcátegui.
Con el paso de los días sigue resonando en la comunidad venezolana del país y el mundo el episodio de la espantosa muerte de una criatura de nuestra nacionalidad, cuya madre intentaba alcanzar las costas de la vecina isla de Trinidad, en un intento desesperado por escapar de un sistema que no ofrece ni presente ni futuro a quienes lo sufren.
Yaelvis era el nombre de este venezolano de 1 año de edad, que pagó con el sacrificio de su vida el deseo legítimo de una vida mejor. Su madre resultó herida cuando agentes de la Guardia Costera de Trinidad y Tobago dispararon contra una embarcación que transportaba a migrantes, según informaron autoridades de la nación caribeña.
La tragedia ocurrió durante lo que ellos denominan “operaciones de seguridad” que involucraban a la Guardia Costera y a traficantes de personas, indicó el primer ministro Keith Rowley en un comunicado.
Posteriormente el vocero Rowley insistió en calificar el caso como “un accidente”. Por su parte, la líder de la oposición Kamla Persad-Bissessar reprendió a la Guardia Costera y calificó lo sucedido de asesinato.
Voceros trinitarios alegaron que la embarcación no atendió la voz de alto de la vigilancia costera y que luego trataron de embestir la embarcación de vigilancia. Para colmo, esa versión oficial asegura que los migrantes iban camuflados y que no se dieron cuenta de su presencia sino hasta después del incidente.
Sin embargo, cabe preguntar cómo el disparar puede ser visto como algo admisible en medio de una situación tan incierta.
Lo cierto es que no hubo mayores detalles en las comunicaciones oficiales de las autoridades de aquel país. Simplemente se dijo que la madre estaba sangrando y que fue estabilizada en un hospital local. Del pequeño, apenas se dijo que “no respondía”.
No es para menos la consternación mundial que ha causado un hecho que se relata en pocas palabras, pero que encierra un horror que estremece a la humanidad: las autoridades de un país disparan a una nave de migrantes. Y eso le cuesta la vida a un inocente, de apenas meses de edad.
El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados estima que unos 35 mil venezolanos han emigrado a Trinidad y Tobago en años recientes, aunque grupos humanitarios dicen que la cifra ha subido a casi 40 mil en los últimos meses.
Por su parte, para la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para los Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V), en enero de 2022 había unos 28 mil 500 refugiados y migrantes venezolanos en Trinidad y Tobago.
La Organización de las Naciones Unidas y cuatro de sus principales agencias expresaron su consternación por la desgracia. “Ningún niño o niña migrante debería morir jamás, ya sea viajando con sus padres o solo. Ninguna madre quiere poner en riesgo la vida de sus hijos en un pequeño barco en alta mar, a menos que no tenga otra opción”, dijo Jean Gough, directora regional de UNICEF para América Latina y el Caribe.
Y agregó: “Dos de cada tres venezolanos en movimiento son mujeres y niños. Este trágico evento es un claro recordatorio de que ellos son los más vulnerables entre los vulnerables. Merecen especial atención, protección y seguridad, en cualquier lugar y en cualquier momento”.
“Nadie en búsqueda de seguridad, protección y nuevas oportunidades debería perder la vida”, dijo Eduardo Stein, representante especial conjunto del ACNUR y la OIM para los refugiados y migrantes venezolanos.
No queda duda que a nuestro gentilicio lo solapa una desgracia tras otra, y que este prolongado estado de cosas no se puede esconder con burbujas ficticias, que pretenden darle un barniz de normalidad a una situación que no lo es.
No se puede ignorar ni dar la espalda al hecho de que los venezolanos siguen saliendo de nuestra tierra en cantidades considerables a buscar un futuro mejor, lejos de un experimento fallido que se empeña en no rectificar.
Y por un principio humano elemental, todos debemos alzar nuestra voz para exigir los derechos que en el papel amparan a los migrantes pero que en la práctica se vuelven sal y agua, hasta el punto de quitarle la vida a un menor que escapa en brazos de una madre sin otras alternativas para ofrecerle una vida digna.
Sí, estamos atravesando un momento adverso de nuestro gentilicio, extremadamente adverso y largo. Duro para quienes decidimos quedarnos; pero también quienes se arriesgan a la travesía incierta de emigrar con recursos mínimos, tras un periodo histórico que ha menguado dramáticamente las riquezas de nuestro país.
Si algo nos queda marcado por este momento negro, es la urgencia de solidaridad entre nosotros mismos, porque nuestra tragedia es una sola, para quienes nos quedamos y para quienes se van. Y nunca habrá consuelo por esos hijos a quienes se les niega el futuro y hasta la vida.
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